Un álamo rosa quiero a tu nombre, porque nada mejor que empezar el día por la ventana. Y llenarnos de esperanza los ojos, para que no olvidemos que todo lo circular puede ser solo una línea desde el frente.
Como una canasta cerrada de mimbres cruzados, de platos cerámicos y cuchillos filosos.
O como un mensaje escrito que explicita la distancia del observador con el objeto.
Eso hizo tu última despedida,
arrancó de raíz un cedro naranja que ardía para arrastrarlo hasta esfumarse, y volver a mostrar un horizonte entero, sin ningún elemento que impida alinear mis ojos con el límite del cielo y la pampa húmeda (ahora en verano).
Húmeda como fértil,
para recibir un álamo rosa que ya no lleva un nombre, porque solo da sombra a una casa, con una única pero inmensa ventana.
Y que de mirlos se trate la próxima historia...