Pensaba al despertar esta mañana desde la incomodidad de mi cama (no es menor detalle aquello que sugiere una contradicción irrisoria); que la tarea giraría en torno (básicamente) al teorizar estereotipos y ponerle a todo ese artificio un regio tinte académico, así nadie lo tomaría por un intento destinado a engañar al vecino que ignora y busca desesperado algunos conceptos para aferrarse y usarlos de escudos del discurso.
Accionamos con arreglo a fines, a valores, desde la emotividad o la tradición. Nos pensamos como Yo (y los otros) o Mi. Somos el conformista, el innovador, el ritualista, el retraído y el rebelde. Líderes carismáticos, tradicionalistas o racionalistas.
Nos gusta pensarnos como intelectuales orgánicos y/o comprometidos; pero no somos más que hombres y mujeres, leyendo apellidos, tras apellidos. Nombres propios de otros que se levantaron antes.
En estado pijama, poco iluminados y perdidos en meras abstracciones inútiles para la vida concreta, material; que está ahí afuera, con mi perro girando en círculos tratando de comerse la cola.
Para el académico promedio...
Tomar conciencia de sí, no es más que ponerse zapatos en vez de pantuflas.