Embruteció, los ojos se le llenaron de una cólera inmunda.
Era la antítesis del hombre que conocí al final de un día cataclíptico en el que asumió el papel de salvador que todo lo puede.
Encrudeció, la boca se le secó por el odio, los huesos fueron un bloque desarticulado y yo tan frágil queriéndome coser los dedos con agujas de plástico para no sentirme incomprensiva.
Pero no había mucho que entender, simplemente se llenó de resentimiento y abatió contra mi por lo malo del mundo, por todo lo malo de todos.
Me miró desde el borde de la botella que tenía en su mano, porque los insultos se los volvía a llevar a la boca y bebía todo el líquido amiótico en el que yo estaba ahogándome.
"Voy a parirme otra vez"
Eso pensé decirle, voy a nacer de tu desprecio cuando hayas concretado el último sorbo.
Pero naturalmente, seguí siendo el feto malformado que nadie alimentaba.
Me sentí de nuevo asfixiada antes de notar la segunda vuelta de cordón girando en mi cuello.
Voy a engendrarme.
Podés destrozar el resto del ropaje tirado por los rincones, pero mirá,
el cieloraso te va a aplastar cuando me ponga a saltar en el techo.
¿Cuántas veces dije esto?
Cuantas veces me calmaste.