No te hablé nunca sobre el color que te correspondía, pero coincide con tu preferido.
Tus destellos eran verdes, vos eras el mediodía,
y las orillas de esos ríos siempre crecerán tardías y chocarán con las puntas de estos dedos grises para mancharlos de blanco, de azul, de violeta...
No te hablé tampoco del verdadero problema de la sinestesia,
que todo queda en expresiones idiomáticas,
todas mis maneras de mentir se reducen a eso,
porque al fin y al cabo yo no estoy viendo tu pelo verde,
ni las palabras que de tu boca salían tomaban ese color,
porque no se pueden ver palabras,
no hay letras de papel glasé verde resbalando por tu labio inferior ...
Pero si pudiera contarte cómo brilla todo lo que te conforma,
te traduciría en verde...
Diría que tu mano verde musgo me estaba raspando la espalda mientras intentaba consolarme, o que tu pecho, verde esmeralda,
estaba siendo cercado por una mano invisible
y que de pronto lo único casi traslúcido era yo,
toda yo,
incolora,
intentando caminar de vuelta a casa.
Nunca dudé respecto a tu gama, la paleta monocromática, hacia el blanco, hacia el negro,
tus complementarios, opuestos...
Un reloj en el que no nos encontrabamos ni por casualidad, ni por error, ni por la fuerza que ejerciamos.
Un pintor que no puedo juzgar hasta el momento me está superando,
y lo imagino enaltecido,
con todos mis pinceles en las manos, con todos los tonos que voy distinguiendo.
No tengo nada más que hacer que espiar la obra que recién está empezando,
pero apenas llego a ver el verde que se cubre de negro, el celeste que sigue intacto, el gris del lienzo, el mar revuelto, el pelo suelto, arena entre los pies, y rojo, naranja, amarillo, o blanco, ocre y lila, tu cielo. Este, tu cielo.