Me tragué las dos hojas sin leerlas. Terminé acostada en la alfombra, un jueves a las 12 del mediodía tirándole tuercas y rulemanes a la pared que tenía enfrente.
Había agarrado un frasquito que Esteban guardaba con esas cosas chiquititas que nunca dejan de ser un "por si las dudas". Y yo, yo estaba repleta de esas boludeces, desde el cuello hasta..
Rompí el velador y el espejo de la entrada. Le pegué con el puño cerrado y me astillé hasta la última mueca.
Esteban llegó de la nada, con una cara de idiota terrible, lo insulté hasta quedarme dormida en su falda. Lloré toda la noche, toda la tarde, toda la cuesta arriba.